La cicatriz de mi madre es ahora casi imperceptible.

Han pasado muchas décadas desde que los Grises la golpeasen en la cabeza y marcasen una horizontal ahora oculta tras una conveniente línea expresión. No fue la única marca sobre su piel.

A día de hoy, uno tiene que fijarse mucho para percibir la decoloración de la piel cruzando su frente. Es un recuerdo ya difuso de la lucha por tus derechos como persona. Por tu derecho a la existencia.

Nuestros derechos colectivos actuales dependen de las cicatrices hoy casi olvidadas de la generación que nos precedió, que se atrevió a luchar (literalmente, luchar) contra la injusticia social.

La gente se escandaliza cuando el colorante rojo mancha las escaleras de un edificio público para protestar contra la destrucción del planeta. Hemos olvidado lo que era la protesta social, y el resultado tiene pinta que será la pérdida de derechos básicos.

Como la cicatriz de mi madre, la desobediencia civil se ha difuminado. Incluso la protesta más descafeinada hiere a algún idiota.

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Los medios se escandalizan porque coches mortales e hipercontaminantes aparecen con alguna pintada, o se alegran porque el avión de algún rico saliese a tiempo de un aeródromo privado en el que se ha detenido a un par de activistas.

Esos activistas es lo más parecido que tenemos a ponernos delante de los Grises. Esos activistas están luchando por ti.

@Paroxia @euklidiadas
Hombre quemar museos no. Pero quemar un hangar lleno de jets de lujo, o el yate de Amancio, por mí bien.

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