1/ Tenemos un enorme reto social a la hora de acoplar la realidad rururbana a los costes asociados a diferentes modos de vida.

Un ejemplo es la contaminación urbana derivada de la movilidad suburbana en que los suburbanitas se alejan para huir de la contaminación, ayudando con ello a elevarla allí donde no viven.

Otro ejemplo lo tenemos con una dispersión territorial en busca de 'lo verde' que a su vez arrasa con los recursos naturales.

Un tercero es la huida de unas ciudades cada vez más calientes ubicándose en una corona rural-periurbana que ayuda, vaya sorpresa, a elevar el calor dentro de la ciudad.

2/ Que nadie me malinterprete, comparto los motivos racionales y egoístas por los que la gente se está deslocalizando sin deslocalizarse, buscando para sí mismas un balance entre su propia calidad de vida y disfrute sin amputarse oportunidades urbanas.

El problema es de fondo: hemos desacoplado la persecución individual de calidad de vida de la persecución social (de todas) de calidad de vida; convirtiendo la calidad de vida en un juego de suma cero en el que, si todos juegan sin hacerse cargo de sus costes, a la larga todos pierden.

3/ Deslocalizarse a la corona periurbana no es nuevo. Los ingleses del XVIII o los romanos del I a.e.c. ya practicaban este modo de vida cuando el dinero se lo permitía. Y el dinero permite de todo cuando no tienes que pagar lo que cuesta ese algo.

La urbanización carece de impuestos pigouvianos, aquellos que corrigen externalidades negativas. Ni en materiales, ni en ocupación de terreno, ni en consumo energético, y eso genera gradientes territoriales que dan como resultado urbanismos no ya ineficientes, sino autolíticos.

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